La resistencia civil es una importante veta política que apenas empieza a utilizarse en la crisis colombiana. El alcalde de Bogotá ha sido uno de sus impulsores más notorios. A continuación publicamos su reflexión sobre el tema, escrita a dos manos con uno de sus colaboradores.
Por Antanas Mockus y Freddy Cante
Quienes hablan del fin de la historia o del determinismo histórico comparten su temor a todo aquello que signifique libertad de los individuos y transformación de las sociedades. Una de las formas de condenarnos al determinismo, negando que la historia puede ser diferente, es la de condenar a un movimiento o recurso de organización ciudadana a un propósito fijo e ineluctable. Quienes sostienen que los movimientos de resistencia civil nunca han podido, ni pueden ni podrán ser promovidos desde los gobiernos sino solamente en contra de los gobernantes, no solamente desconocen la historia sino que, además, nos condenan a un destino que no deja lugar a la iniciativa ni a la imaginación de nadie.
A diferencia de una revolución, la desobediencia o resistencia civil no busca destruir un orden o sistema social sino, justamente, transformarlo y mejorarlo. El recientemente fallecido John Rawls demostró que una democracia constitucional es un sistema en donde los gobernantes son regulados no sólo por las elecciones regulares sino, además, por protestas ciudadanas (desobediencia civil) que pueden ser ilegales pero que, por cierto, mantienen su fidelidad a la democracia y buscan disminuir las imperfecciones e injusticias de ésta.
Thoreau, el padre de la desobediencia civil que ha inspirado a quienes ejercen la objeción de conciencia, se negó a pagar impuestos que servirían para financiar la injusta guerra de los Estados Unidos contra México. Con su comportamiento ejerció la desobediencia individualmente; si el resto de ciudadanos, de una manera masiva y coordinada, hubiesen seguido su ejemplo, habrían causado la hecatombe del gobierno de los Estados Unidos del siglo xix pero, por cierto, habrían tenido el reto de construir un orden social sin los defectos del existente en ese entonces. La desobediencia pura y absoluta, sin alternativa ni propuesta de construcción, sólo lleva al caos.
Martin Luther King, en los años sesenta del siglo anterior, lideró boicots y protestas pacíficas para lograr una mayor inclusión y mejoras sustanciales en los derechos civiles de la población negra. Pero aún es gigantesca la tarea para los actuales movimientos en contra del armamentismo, a favor de tecnologías que ayuden a preservar los ecosistemas y en pro de los derechos civiles de minorías como los homosexuales.
Gandhi contribuyó con la filosofía y la práctica política de la no violencia, liderando un movimiento masivo de resistencia pacífica, justamente para defender su patria y su Estado en contra de un imperio foráneo. El profesor Gene Sharp, Senior Scholar at the Albert Einstein Institute, no sólo ha sistematizado el pensamiento de Gandhi en el lenguaje de la interacción estratégica sino que, además, contempla la acción política no violenta como un sistema de defensa postmilitar, en el que puede existir cooperación entre la ciudadanía y los gobiernos en contra de agresiones externas.
El economista Albert. O. Hirschman ha estudiado sistemáticamente la salida, la voz y la lealtad como recursos que tienen los ciudadanos para solucionar las fallas que tienen los contratos, las organizaciones, los mercados y los gobiernos. La salida es la opción más individualista y economicista, y consiste simplemente en escapar o desplazarse hacia otras relaciones, otras empresas, otras marcas u otros Estados. La voz es la opción más colectiva y política, es la denuncia, la protesta y la sugerencia que se hace directamente a la institución o entidad que está fallando. La lealtad es un compromiso para permanecer un tiempo con la relación, con el contrato, con la organización, con el mercado o con el Estado, manteniendo la beligerancia en la voz y amenazando con salir si las cosas no mejoran.
La resistencia civil que estamos promoviendo desde la Alcaldía Mayor de Bogotá, a manera de una propuesta que se le está haciendo a los ciudadanos, es un proceso de construcción de ciudadanía que contempla cuatro principios, a saber:
- Regulación sobre los medios que usamos para alcanzar nuestros fines: el fin no justifica los medios. Hay que rechazar la anomia y la «cultura del atajo». Una sociedad puede permitir los fines que libremente persigan las personas para el desarrollo de su personalidad pero debe cuidar que los medios para alcanzar tales objetivos sean lícitos, en el sentido de que no afecten los bienes públicos ni los derechos de otras personas. La sociedad colombiana no será viable si permitimos que ciertas empresas económicas y políticas se sigan construyendo mediante el uso de medios ilícitos y criminales como el narcotráfico, la corrupción, la depredación y el terrorismo.
- Monopolio estatal de las armas y de la administración de justicia: la justicia no se puede ejercer por mano propia, no debe ser un bien posicional al alcance de quien pueda pagar más. La justicia privada que ejercen las mafias del narcotráfico, al igual que las guerrillas, los paras y las bandas del crimen organizado, nos lleva hacia una guerra de todos contra todos. El gobierno no puede cumplir su deber constitucional de garantizar la seguridad para la ciudadanía si no cuenta con la cooperación voluntaria de todos los ciudadanos. Ningún sistema de seguridad, aun contando con mayor pie de fuerza y con la mejor cualificación tecnológica de la policía y el ejército, podrá erradicar conductas delictivas tan complejas y difíciles de detectar como el terrorismo, la corrupción y el narcotráfico; sólo el apoyo ciudadano al gobierno es el factor decisivo en esta tarea.
- Fomentar el cumplimiento de los deberes ciudadanos: si cumplimos nuestros deberes podremos alcanzar más y mejores derechos. Ninguna sociedad y ningún Estado son viables si los ciudadanos dejan de cumplir con sus deberes y obligaciones. La sociedad colombiana no será viable si toleramos la cultura del paternalismo, donde muchos ciudadanos sólo se quejan y son pedigüeños con el Estado. No podemos tolerar más conductas anómalas como la evasión de impuestos, la apatía electoral y la indiferencia sobre los asuntos públicos.
- Promoción de la acción política no violenta: los ciudadanos podrían expresar su rechazo e inconformidad con las conductas delictivas (principalmente narcotráfico, corrupción, extorsión, secuestro y resolución violenta de conflictos privados y públicos), mediante tres modalidades de no violencia, a saber: demostraciones públicas y simbólicas; campañas de rechazo y ostracismo social contra quienes apoyan conductas delictivas y, finalmente, acción directa (no cooperación y no obediencia frente a las retaliaciones y amenazas que puedan usar quienes emprenden conductas delictivas).
Sabemos que esta propuesta es lo más amplia y general, como para dar cabida a la enorme diversidad de expectativas de los ciudadanos. También somos conscientes de que aún puede estar incompleta y que, con seguridad, será mejorada en la medida en que, mediante el proceso mismo de la construcción de ciudadanía, se genere la sociedad civil más participativa que tanto clama el futuro de nuestro país.
Estamos abiertos al debate.