Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Si las cosas no pintan bien para las próximas elecciones lo mejor es conseguir más recursos para colocar más vallas y más afiches, eso sí, con el número en el tarjetón bien grande y el logo del partido político con una equis. Así parecen razonar nuestros candidatos a los cargos públicos de Senado y Cámara cuando de conseguir votos se trata. La persuasión y la seducción propia de argumentos son aniquiladas por la apabullante repetición de campañas llenas de nada.
El hambre de votos no solo afecta el insaciable estómago de ciertos políticos sino que además suele paralizarles el cerebro para hacer una propuesta decente. Aclaro de entrada: no quiero decir que se pueda ganar una campaña política sin recursos, eso sería una gran insensatez. De hecho la experiencia ha mostrado que los recursos y la estrategia son el fundamento de cualquier campaña, política o comercial, que pretenda surtir algún efecto, pero eso no quiere decir que lo único importante sea repetir una foto y un número.
La más reciente campaña de propaganda política de la que se habla, es la del presidente Estadounidense Barack Obama, de quien se dice, ganó por una su mensaje diferente, el uso magistral de los medios interactivos y su carisma imbatible. Pero no podemos olvidar que imbatible también fue su presupuesto de campaña que triplicaba holgadamente al de John McCain, su adversario republicano.
Pero volvamos a nuestras ciudades y municipios que por estos días se ven tapizados de avisos políticos. Por ejemplo, en Medellín hay un cachetón que es prácticamente inevitable si uno quiere salir a la calle. He contado en un solo día más de 20 imágenes de este personaje en carros, vallas y pasacalles sin ninguna propuesta y ubicados, además, en lugares en los cuales esta expresamente prohibido por ley, para sus votantes particulares. Pero cuando se trata de políticos, la ley se curva como el espacio-tiempo de Einstein.
Así que el espacio público es invadido por miles de avisos y casi ninguna propuesta. ¿Es sólo hambre fiera de votos o puede haber otros motivos más sagaces que desconocemos? Tal vez las propuestas programáticas no son vendedoras y los candidatos descubrieron que una sonrisa forzosa es más efectiva. Además no hay que olvidar que finalmente lo que cuenta, si otros no meten la mano, es que el ciudadano aprenda a marcar en el tarjetón la casilla con logosímbolo del partido y el número del candidato.
También puede ser que no haya tiempo para argumentos. Los medios de publicidad exterior como vallas y afiches no dan espacio para un programa de gobierno. De hecho, las pocas veces que he asesorado a un candidato político, he descubierto, no sin cierta desazón, que lo que menos se lee y se pide es su programa de gobierno. Pareciera que la gente primero decide por quién votar y luego le busca justificación.
¿Pero cómo decidir por quién votar en un mar de candidatos “commodities” que no se diferencian sino en sus caras y números? Si el asunto fuera de belleza, los cargos públicos estarían ocupados en su mayoría por mujeres con una profusa votación. Y aunque a veces sospecho que algunas, y algunos, son elegidos por sus atributos físicos y sus cabellos ondulados, nuestros “padres y madres de la patria” no son propiamente una agencia de modelos.
¿Será que no comprometerse con nada en específico puede ser también una estrategia exitosa? “Pasar agachado” como dirían popularmente. Bajo este supuesto cualquiera puede votar por un candidato sin propuesta como quien vota por una nube que puede tener la forma que uno quiera dependiendo de cómo se la mire. La única posición que parece asumirse sin timidez por estos días es la de ser Uribista o no, pero con este criterio el abanico de elección del ciudadano continúa siendo de poco menos de medio millar de candidatos a Senado y Cámara y recordemos que solamente se puede votar por un candidato a cada cuerpo legislativo, o en blanco, si es que no se quiere anular el voto.
Otra idea que se me ocurre para tratar de justificar la falta de propuestas en las campañas a Senado y Cámara es que el candidato se considere tan popular que piense que no hace falta nada más que presentar su imagen y número, pues el grueso del público ya conoce sus posiciones y trayectoria. Hipotetizando que este argumento egosintónico sea efectivo ¿Por qué no refrescarles la memoria a los votantes y además desperdiciar los nuevos ciudadanos que acaban de cumplir la edad para comenzar a participar en las elecciones?
Es posible también que la mayoría de los candidatos no tengan acceso a asesores en marketing político, derecho, economía o sociología y prefieran no arriesgarse a hacer el oso con una propuesta banal o mejor decidan invertir en más avisos la parte de su presupuesto que tendrían que destinar a los honorarios de estos profesionales. De modo que se dedican a hacer famosa su cara y número en el tarjetón pero sin un mensaje claro que permita relacionar su imagen con un concepto claro que movilice a votar.
Finalmente, puede ser que nuestros políticos realmente no tengan propuestas. Que se acomoden a las conveniencias del momento y defiendan, ya ubicados en sus poltronas en el legislativo y un abultado sueldo asegurado por otros cuatro años más, las posiciones que mas les reditúen en términos personales. Si es así, tienen toda la razón en no mostrar sus propuestas en las campañas pues con seguridad lo único que podrán ofrecerle a sus electores es algo innombrable e impresentable en cualquier campaña pero que desafortunadamente ha sido la propuesta política por excelencia: plata y puestos.
¿Cuál es la propuesta de su candidato?