Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Muchas veces votamos en modo automático y luego sustentamos el voto en modo manual. Así operamos habitualmente aunque no corresponda a nuestra experiencia subjetiva o creamos que somos seres muy racionales. Recientes estudios han demostrado que el lugar en el que votamos influencia poderosamente nuestra elección. Hacerlo en colegios y universidades, por ejemplo, hace que estemos más propensos a elegir propuestas de corte educativo.
Pero esto no es nada nuevo. La manera en que asociamos las ideas ha sido tema de la filosofía desde hace siglos, y de la psicología más recientemente. David Hume, filósofo escocés, planteaba que los principios de esta asociación se basan en la semejanza, contigüidad en el tiempo y el espacio y la causalidad. Hoy en día consideramos esa asociación no tanto como una cadena secuencial sino más bien como una compleja red cuya activación sucede, las más de las veces, de forma oculta y silenciosa a nuestra conciencia.
Esta forma oculta y silenciosa, hace que muchas veces tomemos decisiones que consideramos voluntarias, pero que son totalmente involuntarias. Una buena muestra de ello es el ejercicio democrático del voto. A pesar de la racionalidad que supuestamente entraña la elección de un candidato, esta elección está fuertemente influenciada por sesgos y estímulos que no tomamos en cuenta, aunque nos cueste creerlo. Nos cuesta creerlo porque esta idea riñe con nuestra imagen de seres lógicos y coherentes que toma decisiones alejadas de la animalidad.
Los psicólogos concebimos las ideas como nudos de una extensa red semántica llamada memoria asociativa, en la que cada idea esta vinculada con muchas otras, de maneras totalmente sorprendentes y muchas veces desconocidas. Por ejemplo, hay asociaciones por causas (virus=enfermedad), por cualidades (verde=limón) o por categorías (naranja=fruta), pero muchas otras suceden de manera inconsciente, no en términos freudianos, sino en términos de pensamiento tipo 1.
Pensamientos tipo 1 y tipo 2 son una clasificación que viene haciéndose en el campo de la psicología desde hace años, para distinguir el tipo de pensamiento rápido, automático y fácil (tipo 1), del tipo de pensamiento lento, esforzado y complejo (tipo 2). Daniel Kahneman, psicólogo y premio Nobel de economía, los llama Sistema 1 y Sistema 2 en su interesante libro Pensar rápido, pensar despacio, en el que explica el origen de muchos aciertos pero también de muchos errores sistemáticos que cometemos.
Los efectos de la primacía, predisposición o priming se evidencian en experiencias tan obvias como reconocer más rápidamente la palabra COMER si tenemos hambre, pero va más allá de las palabras y los conceptos haciendo que generalmente caminemos con más lentitud después de haber leído palabras como VEJEZ, ABUELO ó CANAS, o nos sintamos más propensos a divertirnos después de sostener un lápiz con la boca, que nos obliga a sonreír.
Kahneman cita un interesante análisis al respecto en su libro Pensar rápido, pensar despacio en el que se evidenció el impacto de que las votaciones se realizaran en instituciones educativas:
«Un estudio realizado en el año 2000 sobre pautas de votación en distritos electorales en Arizona demostró que el apoyo a propuestas para fundar más colegios era significativamente mayor si el centro electoral estaba en un colegio que si estaba en otro lugar cercano», y continúa: «Un experimento separado demostró que exhibir imágenes de aulas y vestuarios de colegios también aumentaba la tendencia de los participantes a apoyar las iniciativas a favor de los colegios».
Hace pocos años, la Registraduría Nacional en Colombia, bajo su programa de votaciones bajo techo, decidió trasladar gran parte de las mesas de votación, que anteriormente se encontraban en parques o en las afueras de las iglesias, a escuelas colegios y universidades de las localidades. Es por eso que la mayoría de los que nos acercamos a votar el día de las elecciones terminamos entre salones y tableros al momento de sufragar, y aunque debamos considerar otras variables, no es de extrañar entonces que ciertos candidatos que promueven la educación como caballito de batalla de sus programas de gobierno hayan comenzado a obtener mayores réditos electorales.
¿Demuestran estos datos que estamos a merced de cualquier estímulo que nos haga estar predispuestos a sus influencias? No, los efectos del entorno son fuertes aunque no concluyentes. Pero su negación esta determinada por la pausa y el esfuerzo que seamos capaces de invertir en el análisis de las propuestas políticas. A veces un poco más de tiempo y detenimiento en la lectura de un programa de gobierno, o la hoja de vida de un candidato, pueden hacer la diferencia entre un voto a conciencia y un voto priming o borreguil. La elección no está en nuestras manos pero sí está en nuestro cerebro.