Por: Santiago Silva Jaramillo
En las últimas semanas, turcos y brasileros han salido a las calles a expresar su rabia y frustración con sus gobiernos. En Turquía, todo empezó luego de que una protesta en contra de la voluntad del gobierno de entregar un permiso para construir un centro comercial en el histórico parque Taksim en Estambul, fue reprimida violentamente por la policía. La indignación por la respuesta gubernamental alimentó entonces una ola de descontento que ha mantenido al primer ministro Recep Tayyip Erdogan asediado por el descontento y las críticas. Todo el asunto ha levantado serias dudas sobre la salud de la democracia turca.
La historia empezó con algunas similitudes en Brasil, en donde el incremento inusitado del valor pasaje de bus. Pero como suele pasar, los manifestantes iniciales fueron acompañados pronto por otros descontentos y otras causas; la corrupción y las preguntas sobre la inversión para el Mundial de 2014 se añadieron al listado de agravios de los brasileros. Pero hasta ahí las similitudes con el caso turco, porque la mesurada respuesta del gobierno de la presidenta Dilma Rousseff contrasta con la represión liderada por Erdogan.
En efecto, como sostiene The Economist, Erdogan se ha inscrito, luego de reprimir las protestas de sus ciudadanos por la demolición del parque Taksim, junto a la larga lista de autoritarios electorales. En esencia, un autoritario electoral es el líder de un país relativamente democrático que “asume que ganar elecciones es toda la legitimidad que necesita” y que no tiene reparos en utilizar la fuerza si su autoridad es contestada.
Mientras el primer ministro turco respondió con autoritarismo y violencia a las protestas de sus ciudadanos (logrando solamente envalentonarlos más), la presidente de Brasil, Dilma Rousseff utilizó una aproximación tangencialmente opuesta a la Erdogan. La presidenta brasilera ha tomado una posición democrática ante una expresión legítima –por incómoda que sea- de sus ciudadanos.
Así pues, las protestas hacen parte de las expresiones ciudadanas de una democracia; y solo cuando degeneran en violencia –y esto suele ocurrir solo luego de que son reprimidas sistemáticamente por el gobierno- pierden su legitimidad inicial. Al final, las protestas son el resultado de demandas sociales que no son escuchadas por medio de los canales institucionales convencionales; suponen una expresión de la democracia participativa ante las dificultades de control social que en ocasiones supone la democracia representativa.
Revisar algunos datos de la World Values Survey nos puede traer algunas luces sobre lo que pasa y cómo entienden su realidad política los ciudadanos de Brasil y Turquía. En efecto, al preguntarles por la que debe ser la prioridad de sus países, el 59% de los brasileros y el 64% de los turcos señalan que el crecimiento económico sostenido.Pero curiosamente, el 25% de los brasileros también apuntan a la posibilidad de que las personas sean escuchadas, frente al 11,2% de los turcos, y solo el 6,1% de los brasileros apuntan al “embellecimiento de las ciudades”, frente al 9,4% de los turcos.
Al final, las diferencias sobre cómo asumieron las protestas líderes turcos y brasileros hablan sobre la madurez y estabilidad de sus democracias y probablemente auguran futuros muy distintos para ambos movimientos ciudadanos.
Fuente: RealPolitikMundial.com