Por: Antonio Sanguino
Es un golpe brutal para las Farc. Por vez primera, en lo que va del conflicto, el Estado colombiano da de baja al máximo comandante de esta organización insurgente. El impacto en la moral de las tropas guerrilleras debe ser devastador.
Hemos conocido los detalles de la operación militar. Se ha dicho que su principal error fue haber abandonado ¨el Cañón de las Hermosas¨ su zona de refugio por varios años. Que fue clave el trabajo de inteligencia. Que la información entregada desde dentro de la guerrilla ayudó a detectarlo con precisión. Y que, de nuevo, el poder aéreo de las Fuerzas Armadas se reveló como un factor decisivo en el éxito de la operación.
Todo eso puede ser cierto. Pero me queda la sensación de que el principal culpable de la muerte de Cano es él mismo. Su ¨terquedad¨ como lo dijo Roberto Sáenz, su propio hermano, en un reciente relato que hizo para El Espectador. Aunque no era solo un asunto del carácter de su personalidad. Era la rigidez mental proveniente de una formación política cargada de dogmas y sobreideologizaciones.
Y cometió un verdadero error de contexto. Error que para un marxista es imperdonable. Porque Cano murió convencido de que ingresaría a la galería de la historia al lado de El Che o del cura Camilo. No advirtió que la guerra revolucionaria de aquellos o en la que ingresó desde muy joven, terminó convertida en un conflicto degradado que ha violado todas las fronteras éticas. Degradada por cuenta del terrorismo, el secuestro y el narcotráfico. No entendió que su oportunidad no estaba en esa guerra éticamente devaluada. Que su ingreso a la historia dependía de su liderazgo para poner punto final a la confrontación armada y contribuir en la construcción de la paz. No entendió que es ese el heroísmo que reclaman estos tiempos.
Algunos ilusos han dicho que por su perfil político, la muerte de Alfonso Cano es un golpe a las posibilidades de paz con las Farc. Quisiera equivocarme, pero quizás hoy estemos más lejos que nunca de un acercamiento para un proceso de paz con esta organización. Iván Márquez, Timochenco o Catatumbo constituyen una generación que junto a Cano ingresó a la guerrilla luego de su paso por la militancia comunista y por la desaparecida ¨Cortina de Hierro¨. Una generación que aún no se ha dado por enterada de la caída del Muro de Berlín. Una generación refractaria a los cambios.
Por ello Cano esquivó la paz. Jugó un papel bastante discreto en el proceso de diálogo entre las Farc y el gobierno Betancur. Dirán que no tenía el suficiente mando para incidir. Pero hizo gala de un maximalismo inviable cuando acudió a las rondas de diálogo de Caracas y Tlaxcala. En el Caguán, a cambio de empujar la negociación se dedicó más bien a la organización del clandestino Movimiento Bolivariano. Y ahora, cuando, en su calidad de Comandante de las Farc pudo darle un giro al conflicto y hacerle una oferta de paz al gobierno Santos, escogió de nuevo la rigidez del dogma que lo condujo a la muerte.
Fuente: KienyKe.com